jueves, 25 de junio de 2009

El Tren de los Sueños - Capítulo 3

Ésta es una historia escrita conjuntamente con mi primo Giovanni. Podéis leerla desde el principio aquí.

Tras enviar el sms a mi primo, guardé de nuevo el móvil en mi bolsillo.
La información que acababa de darle era toda de cuanta disponía en ese momento. La única que me había facilitado esa mujer de apariencia robusta, pelo rubio, largo y rizado, vestida con una indumentaria mezcla de azafata de vuelo económico y enfermera. Iba y venía por el vagón con cara de pocos amigos… por lo que una vez contestó de mala gana a mi pregunta, decidí no hacerle ninguna otra.

El vagón se veía antiguo… antiguo, sucio y en un estado bastante lamentable. Olía a cerrado. Un olor que me recordaba el que solía sentir al entrar en mi coche tras unas semanas sin usarlo… El sonido cabalgante de las ruedas sobre los raíles y el vaivén del habitáculo contribuían a esta sensación "vintage".

Alcé de nuevo la mirada. Aparte de la "azafata" y yo, podía ver a dos personas más en el vagón. A mi derecha, bastante alejado de mí, se encontraba un hombre de mediana edad, delgado, de cabello corto y canoso, y facciones marcadas, enfundado en un traje oscuro, leyendo un periódico a través de sus estrechas gafas, como si no ocurriese absolutamente nada.

Enfrente mío, ligeramente hacia la izquierda, una niña, de unos 5 o 6 años, arrodillada sobre el asiento, de espaldas a mí, miraba a través de la ventana, con sus manos abiertas apoyadas sobre ella. Tenía el pelo largo, liso y completamente negro, y al estar situada un poco a mi izquierda, podía ver como su ojo derecho, de un azul cristalino, miraba al infinito sin siquiera parpadear. Vestía una falda y una blusa, ambas de un blanco tal que parecía irradiar luz propia. Iba descalza.

En ese momento reparé en algo. La desorientación me había apartado completamente de ese detalle.

La niña miraba a través de la ventana. Pero al otro lado de la ventana no se distinguía nada en absoluto, salvo luz blanca. No lo bastante intensa como para deslumbrarme y tampoco tan tenue como para considerarla gris. Ni por esa ventana, ni por ninguna otra.

¿Qué narices estaba ocurriendo? Pese a haber aparentado seguridad en el sms que acababa de enviar a mi primo, ¡yo seguramente estaba tanto o más confuso que él!

Hacia donde me lleven mis sueños, ¿eh? Se suponía que iba a viajar a Taiwán en nueve días, pero no de este modo. Y si había un motivo para ello, desde luego, quería averiguarlo.